José Guerrero (Granada, 1914-Barcelona, 1991) fue un pintor y grabador español nacionalizado estadounidense, enmarcado dentro del Expresionismo Abstracto neoyorquino. Parte integrante de la segunda generación de expresionistas abstractos de la llamada Escuela de Nueva York.

La infancia de José Guerrero transcurre en Granada siendo la de un niño pobre pero feliz, conociendo en pocos años varios domicilios, y hasta tres escuelas: la Escuela Graduada de la calle Gran Capitán (1920), el colegio protestante de la calle Tendilla (acudió durante una breve temporada en 1923), y, finalmente, desde 1923, los Escolapios, donde prosiguió sus estudios hasta 1928. El 9 de enero de 1929, muere su padre, y la delicada situación en que quedó la familia obligó a José, que contaba 14 años, a interrumpir los estudios para iniciar su peregrinaje laboral. Su madre, moriría muchos años después, también en Granada, el 12 de enero de 1976.

Después de trabajar como carpintero y electromecánico, además de en una fábrica de chocolates, José Guerrero se inicia en la pintura, como alumno nocturno, en la Escuela de Artes y Oficios de su ciudad natal. Allí se le despertó en firme la vocación artística, a lo que contribuyeron especialmente las clases de Historia del Arte impartidas por Ricardo Agrasot (1875-1966), así como la amistad con Bernardo Olmedo, alumno también de la Escuela. A la vez que trabaja y estudia el oficio del arte, pudo disponer de un estudio propio para dedicarse durante su tiempo libre a cultivar la pintura. En ese estudio, que estaba situado en el campanario de la catedral de Granada y había servido de taller al pintor barroco granadino Alonso Cano (1601-67), José Guerrero podía pintar a cambio de que, cuando se le indicase, tañera las campanas. Durante su primera juventud, entonces, entre los 17 y los 20 años, alternó el trabajo en el taller con las clases, además de iniciarse por su cuenta en la pintura. La Escuela de Artes y Oficios la abandonó, tras un enfrentamiento muy comentado con el profesor Gabriel Morcillo (1887-1973), en 1934.

1935 fue uno de tantos años ambivalentes para José, pues si comenzó con la radiante apertura de horizontes que supuso su progresiva integración en lo más vivo de la cultura granadina del momento, se clausuró con su marcha obligada por el servicio militar. Destinado a Ceuta, allí le sorprendió la rebelión del 36. José Guerrero hizo la guerra recorriendo diversos frentes de batalla para dibujar panorámicas, o sea espacios abiertos. En 1939, tras licenciarse en Mataró, José Guerrero regresó a Granada, pero enseguida decidió ir a Madrid para retomar sus estudios artísticos. Se preparó en varios oficios para garantizarse el sustento, pero lo que le lanzó definitivamente a la capital fue la venta, en 1940, de una serie de cuadros a la duquesa de Lecera.

Tras la Guerra Civil retoma sus estudios artísticos en Madrid en la Academia de San Fernando donde asiste a clases de pintura con Daniel Vázquez Díaz (1882-1969) y de historia del arte con Enrique Lafuente Ferrari (1898-1985) y consigue vender sus primeros cuadros, todavía de estilo figurativo, aunque para ganarse la vida pintará cartelones para un cine de la Gran Vía. En esos años se traslada a vivir a la Casa Velázquez, institución de la cultura francesa, que apoyará de diversos modos su carrera pictórica. En 1945 se traslada a París, con una beca del Gobierno francés, para estudiar la pintura al fresco en la Escuela de Bellas Artes. Residió en el pabellón español de la Ciudad Universitaria, donde coincidió, entre otros, con su amigo Antonio Lago (1916-90). Conoció allí en persona la obra de los pintores españoles de la Escuela de París y la vanguardia francesa, impresionándole especialmente Henri Matisse (1869-1954). En París conoce la obra de la vanguardia europea, y en particular, de los pintores españoles como Pablo Picasso (1881-1973), Joan Miró (1893-1983) o Juan Gris (1887-1927). En esta primera época su obra aún es figurativa.

El descubrimiento del arte actual le había producido un hondo impacto. Tuvo la certeza de que, en lo sucesivo, habría de deberse a él, y de que no podría hacer efectiva en España la vocación que había sentido. Eso le empujó, por un período que se alargaría hasta tres años, a una búsqueda en todos los aspectos (personal, profesional y estético) que le llevaría a viajar intensamente a través de Europa, y todo en un momento en el que en el arte más avanzado los pocos maestros que aún se perfilaban resultaban poco accesibles, en una verdadera encrucijada histórica. En 1947, José Guerrero se traslada a Roma, residiendo (aunque no oficialmente) en la Academia de España, donde permanece dos años. Allí pintó una serie de vistas que después expuso con éxito en la Galería del Secolo de Roma. Allí conoció, además de a algunos de los pintores italianos del momento, a Roxane Whittier Pollock, periodista estadounidense que trabajaba en París y pasaba una temporada en la Academia Norteamericana de Roma, que sería su esposa poco tiempo después.

Después de pasar el verano entre Huy y Bruselas (Bélgica), en el otoño de 1948 trasladó su residencia de nuevo a París, volviendo a alojarse en el Colegio de España, que en esta ocasión compartiría, entre otros, con Eduardo Chillida (1924-2002), Pablo Palazuelo (1915-2007), Abel Martín (1931-93) y Eusebio Sempere (1923-85). Guerrero pintó entonces una serie de cuadros, luego destruidos, sobre el tema del metro, otros “lorquianos”, y las primeras tentativas propiamente semiabstractas (como Hilandera). El 25 de abril de 1949 se casó con Roxane; los recién casados hicieron un viaje de novios por España en el que la madre de José conocería a su nuera. Ya en otoño, el nuevo matrimonio se trasladó a Londres, donde celebrará una exposición conjunta con Hortense Kelly, en la Galería St. George.

En noviembre de 1949, al poco de clausurar la exposición londinense de José, el matrimonio Guerrero dio el salto definitivo y se marchó a los Estados Unidos. Primero a Filadelfia, para vivir en casa de los padres de Roxane, y por fin, ya en 1950, a Nueva York, donde encontraron acomodo en la Calle Morton Streeten el Greenwich Village, donde realiza un autorretrato (el último de sus cuadros figurativos) y comienza a pintar sus primeras obras abstractas y experimenta con nuevos materiales aplicados a la pintura mural. José Guerrero instaló un estudio en Spring Street en el Soho y en verano alquilaron una casa en la isla de Martha’s Vineyard (Massachusetts), donde pasarían los veranos de los años siguientes. Roxane, por su parte, entró a trabajar en el departamento de Arte de la Revista Life. En 1951 se trasladaron a la Calle Cuarta Oeste de Manhattan, y en 1953, José Guerrero adquirió la nacionalidad estadounidense.

Al poco de instalarse en Nueva York, José, con una carta de recomendación de Karl Buchholz (1901-92), su galerista en Madrid, se presentó en la galería del influyente Curt Valentin (1902-54), que, por su parte, le mandó a Betty Parsons (1900-82), una de las más importantes marchantes de la recién cuajada Escuela de Nueva York. Por medio de ella conoció a varios de los pintores más destacados del momento. Algunos de ellos serán amigos de José Guerrero, entre los que cabe destacar a Robert Motherwell (1915-91), Mark Rothko (1903-70), Franz Kline (1910-62), … Con ellos, pero afirmándose cada vez más a sí mismo, crea Guerrero una pintura de zonas muy articuladas, con colores que alternan los tonos oscuros, incluido el negro, y fondos claros. Las formas están suspendidas, aunque se aprecia una gravedad, una caída. Luego se volverá más dinámico, y las formas más deshechas. El color no estará ya ceñido por perfiles claros: éste es el momento (1957-64) en que su pintura es más gestual, más pintura de acción. Aprendió las técnicas del grabado con Stanley William Hayter (1901-88) en el prestigioso Atelier 17. Conoció también a la familia García Lorca y a otros intelectuales españoles en el exilio. Además, trabo amistad con James Johnson Sweeney (1900-86), director del Museo Solomon R. Gugghenheim, que se mostró muy interesado por sus trabajos murales y lo incluyó en la exposición que realizaría este museo llamada “Jóvenes Pintores Americanos: Una Selección” (12 mayo-25 julio 1954). En esta exposición participa junto con pintores expresionistas abstractos estadounidenses con la obra «Three Blues» (1953. Silicato de etilo sobre cemento). Precisamente por mediación de James Johnson Sweeney, la Sra. Shaw le ofreció a José una exposición en el Club de las Artes de Chicago, conjuntamente con Miró. La compra por parte del Guggenheim de uno de los murales portátiles de José, y la posterior exposición en Chicago junto a Miró, decantaron finalmente el interés de Betty Parsons por él. De modo que, persuadida de sus posibilidades, celebró la primera individual de Guerrero en Estados Unidos, y lo fichó como uno de sus representados. José había encontrado, por fin, su lugar en el mundo del arte.

En 1958, la Fundación Graham le concedió una prestigiosa beca para trabajar en un proyecto conjunto de arquitectos, pintores y filósofos “para ver cómo podría remodelarse la ciudad de Chicago” (otros becarios fueron Eduardo Chillida, Wifredo Lam o Mies van der Rohe). Pero el mismo día en que le notificaron su concesión se enteró de la muerte de su amigo Carlos Pascual de Lara (1920-58). En todo caso, aunque dolido, fue a Chicago. Y allí le esperaron, junto a las atenciones propias de un programa de tanta repercusión, unas jornadas maratonianas en las que aguantó el tipo cuanto pudo, por más que al final su estado de ánimo se resintió. En 1959, Guerrero fue nombrado Caballero de las Artes y las Letras por el gobierno francés.

Tras consagrarse en Nueva York, José Guerrero empezará a visitar España donde formará parte de la primera exposición de la Galería Juana Mordó (1963). A partir de esta fecha pinta una serie de cuadros con títulos españoles: Generalife, Calvario, Alpujarra, Sacromonte, etc. En 1964, después de una colectiva en la que también figuraba, la galería Juana Mordó presentó su primera exposición individual, y lo hizo con José Guerrero. En 1965 éste regresó a España con su familia. Y prolongaron su estancia por tres años, instalándose en Madrid, en el 50 del Paseo de la Habana.

Desde 1965, alterna su residencia entre Nueva York y España, donde a su regreso es saludado por muchos pintores jóvenes como maestro, en momentos en que vuelve el interés por la pintura abstracta y la valoración puramente estética del arte. En su caso, uno de los principales atractivos es el vigor y plenitud con que emplea el color. Este se expande en grandes masas, a las cuales se contraponen formas pequeñas que, si son significativas, por un lado, quizá tienen como papel principal el subrayar la exaltación del color. La estancia en España desde 1965 la aprovecharon los Guerrero para adquirir una casa en Cuenca, que entonces era uno de los enclaves más punteros del arte contemporáneo. Fue, como ocurrió con otros tantos compañeros de generación, gracias a la gestión de Gustavo Torner (1925). El Museo de Arte Abstracto Español estaba en ciernes, y el Grupo de Cuenca quería concentrar en la ciudad la parte más viva de ese arte, a su vez el más vivo del momento. Allí, José trabó amistad, además de con Torner, con Fernando Zóbel (1924-84), Gerardo Rueda (1926-96) y Manolo Millares (1926-72), además de reencontrarse con Eusebio Sempere. José Guerrero asistió a la inauguración del Museo, en cuya colección figuraban entonces sus Barrera con Rojo y Ocre y Rojo Sombrío. Y en 1967 Juana Mordó (1899-1984) editó su carpeta Seis litografías, con un texto que Jorge Guillén (1893-1984) escribió a instancias de su amigo pintor. Durante la estancia española de mediados de los sesenta los Guerrero adquirieron una casa en Nerja (Málaga). En el verano de 1965 hicieron un viaje por Andalucía en el que, entre otras cosas, visitaron el Barranco de Víznar, donde José hizo numerosos apuntes figurativos que culminarían en un cuadro de capital importancia en su trayectoria: La Brecha de Víznar, y Roxane perfiló un reportaje para Life con motivo del 30 aniversario de la muerte de Federico García Lorca (1898-1936), que se publicó el 29 de agosto de 1966, profusamente ilustrado con fotografías de David Lees, bajo el título “La España que nutrió a García Lorca”. Fue precisamente la proximidad de viejos amigos como los García Lorca o los Giner de los Ríos, que tenían casa en Nerja, lo que decidió a los Guerrero a comprar el cortijo de San José, en el camino de Nerja a Frigiliana. Cortijo, pues, cercano a Granada, donde veranearían, alternando con Cuenca, a partir de entonces. La familia Guerrero volvió a Nueva York, aunque seguiría yendo a España todos los veranos.

En 1976, año de la muerte de su madre, José alquiló un estudio en Madrid, en la calle Serrano, 93 (el mismo que había usado Carmen Laffón). Y ese mismo año, en Granada, se celebró su primera exposición antológica. Tuvo lugar, conjuntamente, en las salas del Banco de Granada y de la Fundación Rodríguez Acosta. Constaba de 54 lienzos, incluyendo algunos de los pintados a principios de los años cuarenta, la selección corrió a cargo de Miguel Ángel Revilla y Miguel Rodríguez-Acosta (1927) y en el catálogo se incluía un texto de un viejo amigo suyo: Miguel Olmedo. La primera reseña de la antológica apareció en el diario Patria, firmada por Juan Bustos (1930-2005). Ese mismo año, coincidiendo con su continuada presencia granadina a causa de su primera antológica, José asistió al Homenaje a Federico García Lorca en Fuente Vaqueros. Radio Televisión Española (RTVE) le dedicó un programa monográfico, dirigido por Paloma Chamorro (1949). Y comenzó lo que se ha denominado una segunda juventud de José Guerrero. En efecto, a partir de estas fechas, y durante los ochenta, ejercería un magisterio del que los nuevos artistas se beneficiarían gustosamente, y la presencia social de su figura en los años del entusiasmo de la democracia española no dejaría de crecer. (CATALOGO 1)

La exposición inaugurada el 15 de diciembre de 1980 en la Sala conocida como «de las Alhajas» de Madrid fue patrocinada por el Ministerio de Cultura y la Caja de Ahorros de Madrid y comisariada por Juan Manuel Bonet (1953) y supuso el espaldarazo definitivo para la consagración de Guerrero como uno de los referentes capitales de la pintura española contemporánea. Fue su muestra históricamente más influyente, y contó para acompañarla con el diseño de Diego Lara (1946-90), que se hizo cargo del catálogo, la presentación de Marcelin Pleynet (1933), uno de los críticos internacionales más relevantes del momento y la conversación de Pancho Ortuño (1950), una conversación emblemática en la que Guerrero transmitía el testimonio de su experiencia, con amena espontaneidad, a un miembro destacado de la joven generación de pintores que siempre supo valorar su ejemplo.

En noviembre de 1991, viaja a Nueva York, desde donde va a casa de su hija Lisa en Barcelona. Allí fallece el 23 de diciembre. Por su expresa voluntad, y por pura lógica, los suyos echaron sus cenizas bajo un olivo andaluz, en lo abierto. En los días posteriores al fallecimiento de Guerrero, Francisco Rivas, en un obituario que tituló gráficamente Camisa rosa y corbata azul retrataba al artista con cuatro aires de carácter: “poseía una mirada franca, una sonrisa cómplice, un guiño pícaro y una vitalidad desbordante, contagiosa”. Y concluía el párrafo con una afirmación sobre su valía intelectual: “Su discurso era muy simple, pero tremendamente efectivo y estimulante, como su propia pintura”. (CATALOGO 2)

Hay obras de Guerrero en el Museo Guggenheim de Nueva York, en el Museo Nacional Centro de Arte Reina Sofía (Madrid) y en el Museo de Arte Abstracto Español (Cuenca). En Granada existe un Centro de Arte que lleva su nombre, Centro José Guerrero, inaugurado en el año 2000, con la donación realizada por la viuda del artista a la Diputación de Granada.